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Ilustración: Marcos Kazuo

Antipsiquiatría: La muerte del rótulo y el estigma.
— Nikolái Aleksandr Weinbinder —


“La locura es la única reacción sana para una sociedad enferma” decía un psiquiatra húngaro llamado Thomas Szasz, referente de la antipsiquiatría. Y ciertamente podríamos preguntarnos que tan meritorio sea estar bien adaptado a la sociedad capitalista en la que vivimos. En esta nota no intentaremos hacer una romantización de la locura ni asociarla a la genialidad de lo creativo y de lo diferente, sino controvertir los criterios de normalidad y la utilización política de la psiquiatría como instrumento del poder al servicio de mantener el orden establecido. Reconocemos que existen personas que atraviesan conflictos y que buscan ayuda o que son ayudadas por la fuerza, e intentaremos poner en tela de juicio el abordaje que conduce la medicalización de conflictos sociales, combatiendo reduccionismos del discurso médico y defendiendo la desmanicomialización y el cierre de instituciones totales.

Los primero que cabe preguntarnos es de donde proviene el poder definición y la legitimidad que habilita a los psiquiatras a la compulsiva categorización mediante actos clasificatorios que deshumanizan y cosifican individuos aparentemente estandarizables y predecibles con prevalencia de uniformidad en desmedro del reconocimiento de diversidades heterogeneas. Labor inquisidora de consecuencias impunes que lleva adelante la asignación de etiquetas estáticas o que en su mayoría tienen una vocación permanente y que se inscriben sobre los cuerpos como rótulos estigmatizantes simplificadores, reduccionistas y arbitrarios que degradan y atentan contra la multiplicidad humana.

Esa tendencia a una identificación de la psiquiatría como desprendimiento de la medicina y la latente afininidad con las ciencias naturales más que con las sociales ha logrado proveer a la psiquiatría de un ropaje de “ciencia dura” o por lo menos con un estatus superior al de la psicología y la sociología. De modo tal que aparece cierta ambición de incuestionabilidad respecto a la práctica psiquiatrica a pesar de que se visualizan cuestiones controvertibles como son la inherente asignación de roles de autoridad, deslegitimación de disidentes, invalidación de los “enfermos mentales” y el apresamiento de personas en categorías que constituyen el devenir habitual mediante el cual los psiquiatras ejercen control, dominio y coerción.

Incluso fuera del ámbito manicomial y de salud mental hay quienes transitan sus relaciones interpersonales con tendencia a rotular a quienes les rodean, mayoría de las veces guiados por prejuicios anclados en superestructuras ideológicas de antaño. Estereotipos muy arraigados que estan atravezados por valores religiosos, políticos, morales, de clase, de género, etc. Paradójicamente también la llamada discriminación “positiva” o los premios honoríficos pueden constituir una forma de coerción que avasalla la integridad personal al encasillar y etiquetar a la persona sin su consentimiento. Tenemos el ejemplo de Sartre al rechazar un reconocimiento como el premio nobel.

«Yo no me avengo a la descripción que los demás puedan hacer de mí. La gente puede pensar que soy un genio, un escritor pornográfico, un comunista, un burgués, lo que quieran. Por mi parte, pienso otra cosa de mí».Sartre

Pero más allá de este dato anecdótico convengamos en que es mucho más frecuente tratar de rotular a alguien como enfermo mental que intentar endilgarle un premio nobel, aunque tanto en un caso como en otro puede eventualmente generar aversión desde la perspectiva del destinatario. Lo que destaca como el aspecto más alarmante en el plano de la salud mental es la arbitrariedad y la excesiva ligereza con la que se clasifican a las personas haciendo uso desmedido de terminología ambigua plasmada en manuales de diagnóstico. Una plétora de palabras y términos de gran maleabilidad que incluso han logrado filtrarse en el lenguaje común de la vida cotidiana deformando aun más sus significados y utilizandose indiscriminadamente para hacer señalamientos o juicios de valor que ridiculizan e invalidan lo diverso y lo diferente. En definitiva, todo aquello que se escapa del perímetro de lo preestablecido como normal y previsible.

Los psiquiatras han sido históricamente perpetradores de violencia, legitimadores de jaulas para humanos, adormecedores de conciencias revolucionarias y enemigos de todo lo que incomode al statu quo. La psiquiatría de conjunto constituye una de las expresiones ideológicas de la cultura represiva y es un instrumento del poder que se aplica para el control social como mecanismo biopolítico de disciplinamiento y docilización. Estos policías del pensamiento en términos orwellianos se dedican a clasificar, etiquetar y hasta criminalizar en base a dicotomías arcaicas de cordura y locura que contemporaneamente se han sofisticado con mayor sutileza y eufemismos pero que conservan el rasgo distintivo de que los “cuerdos” son siempre aquellos de batas blancas al servicio de los opresores. A lo largo de la historia se dedicaron a inventar con total impunidad enfermedades mentales para luego quitarlas y agregar otras nuevas según intereses políticos de la época como por ejemplo la “drapetomanía”, atribuída a los esclavos afroamericanos que huían con “ansias de libertad”.

La violencia psiquiatrica no solo ha encarnado el racismo esclavista del ejemplo anterior sino que también a fomentado absurdos conceptos de frenología del siglo XIX que pretendían explicar tendencias criminales a partir de características físicas de las personas. Las exorbitantes categorías contenidas en manuales como el DSM no han posibilitado ni siquiera establecer un lenguaje común entre los especialistas, porque la deliberada vaguedad, textura abierta y arbitrio interpretativo producen una incoherente aleatoriedad de diagnósticos incluso entre aquellos observadores que reivindican adherir al mismo enfoque o paradigma.

El acto de clasificación psiquiatrica es un acto de coerción y de violencia que tiene una visibilidad variable y reviste una importancia significativa por el efecto lesivo que puede tener sobre las personas y por los diversos usos que se le pueden dar en lo que refiere a la segregación y el control social, práctica que se realiza frecuentemente con anuencia de familiares, médicos y el Estado. La psiquiatría no solo es una solución invalida a los conflictos que rotula como enfermedades mentales sino que constituye una causa adicional que agrava dichos conflictos.

Los efectos de la violencia psiquiátrica se pueden abordar desde la esfera interna de los sujetos haciendo referencias a la invalidación, degradación y la portación de estigmas que pueden devenir luego en el encierro. Y también desde la dialéctica de las relaciones sociales que se dan en el marco del sistema capitalista, la mercantilización de la salud, el verticalismo en relaciones de poder y una cultura represiva que ejerce control social y encuentra en la psiquiatría una faceta punitiva con disfraz médico humanitario.

A modo de analogía cuando desde el marxismo criticamos el rol de la policía en la sociedad no analizamos las particularidades individuales de tal o cual policía sino que realizamos un cuestionamiento a toda la institución en el marco de una dinámica de relaciones mucho más compleja. En modo similar hacemos algo parecido con la iglesia y el rol social que cumplen las religiones como opio de los pueblos. Y podríamos hacer la misma crítica de conjunto a la psiquiatría institucional por tratarse de una herramienta del poder que forma parte de un entramado que se sitúa más allá de las peculiaridades de tal o cual burgués, policía, eclesiástico o psiquiatra.

Una concepción del mundo que ubica la lucha de clases como motor de la historia nos permite abstenernos de hacer caracterizaciones superficiales que recaen sobre personas aisladas y enfocarnos en cambio en la crítica de toda la estructura y superestructura de la sociedad, en la búsqueda de demoler las condiciones materiales e ideológicas que apuntalan el orden establecido y garantizan el impune ejercicio de la psiquiatría tal como la conocemos.

A partir de finales de los años 60’ aparece un crítica radical a la psiquiatría que luego desembocaría en lo que se conoció con el nombre de antipsiquiatría. Este término fue acuñado por el psiquiatra sudafricano David Cooper y expresa un movimiento contracultural donde diferentes pensadores, cada cual con sus matices, se atrevieron a deslegitimar a la psiquiatría buscando alternativas en el abordaje de conflictos humanos que habían sido mal categorizados por sus colegas como enfermedades mentales. Se trato de una corriente que posteriormente sería silenciada por los dicursos oficiales y cuyos mayores exponentes fueron en su mayoría psiquiatras que adoptaron un enfoque interdisciplinario con aportes de las ciencias sociales. Entre los pensadores más influyentes pueden destacarse a Thomas Szasz, Ronald Laing, Franco Basaglia, y autores como Foucault y Goffman, entre otros.

El factor diferencial de este movimiento fue el repudio generalizado a la psiquiatría y la visibilización de un conjunto de prácticas que componen el prontuario histórico de atrocidades cometidas en nombre de la ciencia y la “salud mental”. Recordemos por ejemplo el caso de las lobotomías que habían sido consideradas en un principio como un revolucionario avance “científico” en el tratamiento de enfermedades psiquiátricas pero que en realidad demostraron ser un acto de barbarie asimilable a la tortura por parte de médicos que obraban con el dolo de querer causar daño cerebral a los fines de docilizar a la víctima hasta convertirla en un despojo humano inanimado.

En los años 30’ estas “psicocirugías” estaban amparadas por una presunta cientificidad médica y llegaron a practicarse inescrupulosamente sin la más mínima reserva moral incluso en infantes cuya sintomatología se reducía a “llorar mucho”. Otro procedimiento polémico e igual de repudiable fue la aplicación de descargas eléctricas o electroshocks bajo el nombre eufemístico de “terapia electroconvulsiva”. Incluso en la actualidad segun fuentes de la BBC en el 2016 en Inglaterra se aplicaron descargas eléctricas a 4.000 personas para tratar la depresión. Es decir que los médicos de la picana siguen teniendo impunidad para realizar abominables prácticas sin suscitar siquiera el escándalo en nuestros tiempos modernos.

A partir de los años 60’ el hito histórico más resonante en el campo de la salud mental fue la aparición masiva de las pastillas de los grandes laboratorios, fomentando la sobremedicación forzada con neurolépticos y otras sustancias que suponían representar un descubrimiento sin precedentes en el tratamiendo de las enfermedades mentales. Fue cuestión de tiempo para que aparecieran efectos colaterales como la disquinesia tardía, adicciones involuntarias, zombies transformados en amebas o el empeoramiento en las condiciones de vida de los pacientes. Pensemos también en el poder económico y político que tiene la industria farmaceutica en la actualidad y la cantidad de ansiolíticos y psicofármacos que se comercializan como si se tratase del “soma” en un mundo feliz de Huxley.

Pero los orígenes de las prácticas más reprochables de la psiquiatría son incluso más lejanos y pueden rastrearse mediante estudios comparativos llegando hasta la inquisición de la edad media. Tiempo en que los médicos hacían de auxiliares cumpliendo la función de descartar enfermedades orgánicas para facilitar la detección “inequívoca”de brujas y herejes. La historiografía oficial que favoreció el avance de la psiquiatría hace una lectura de aquella época que reemplaza la sospecha de “brujería” por la certeza de “enfermedad mental”.

Atribuir enfermedades mentales a las supuestas “brujas” las desincriminó de los pactos con el diablo pero las condenó igualmente a ser estigmatizadas negandoles cualquier atisbo de cordura, relativizando la misoginia, la opresión religiosa y la crueldad medieval. Además contribuyó a abrirle paso a los psiquiatras para ocupar posteriormente el lugar de los antiguos inquisidores y propiciar la elaboración de manuales de diagnóstico. El DSM 5 en esencia constituye una adaptación libre del Malleus Maleficarum aggiornada al contexto más laico y científico de nuestro tiempo. Las “brujas” del pasado son las “enfermas mentales” del presente.

Las versiones historiográficas oficiales lo que hicieron fue cambiar la etiqueta con la cual denominaban a las víctimas propiciatorias. De modo que dejaron de rotular a las mujeres quemadas en la hoguera como brujas para recatalogarlas como enfermas mentales y revictimizarlas. En esta sustitución de una etiqueta por otra lo que alegaron fue que el error de definición se debía a que los síntomas habían sido mal interpretados por la fuerte influencia religiosa de épocas anteriores. Si pensamos en que la historia la escriben los que ganan tampoco deberíamos perder de vista que los diagnósticos de enfermedad mental extemporáneos implican darle legitimidad a aquellas “confesiones” que obtenían los verdugos por medio de la tortura.

En la edad media cuando los médicos no podían establecer la causa orgánica de un síntoma lo que hacían era esbozar una pseudoexplicación asociada con la brujería. En nuestro tiempo el psiquiatra se comporta de un modo más o menos similar pero con la diferencia de que reemplaza las supersticiones mágico míticos religiosas por un catalogo cada vez más amplio de enfermedades mentales. Esta similitud también se hace extensiva al hecho de que cuestionar la categoría misma de “enfermedad mental” es tan arduo en nuestro presente como lo era intentar despojar a los antepasados demonólogos de las supersticiones sobre brujería.

la enfermedad mental no es una cosa u objeto material, y por ende solo puede existir en la misma forma en que lo hacen otros conceptos teóricos. Sin embargo, es probable que las teorías muy difundidas se presenten tarde o temprano, a los ojos de quienes creen en ellas, como «verdades objetivas» o «hechos». En determinados períodos históricos, conceptos explicativos tales como las deidades, las brujas y los instintos parecían ser no solo teorías sino causas evidentes por sí mismas de un vasto número de fenómenos. En la actualidad, la enfermedad mental es concebida en buena medida de manera análoga, vale decir, como la causa de una cantidad innumerable de acontecimientos diversos.Szasz

Lo que dio en llamar “enfermedad mental” ha tenido históricamente una infinidad de nombres eufemísticos: locura, insania, demencia, neurastenia, psicopatía, manía, esquizofrenia, neurosis, psicosis, fracaso del yo, pérdida del control yoico, enfermedad o trastorno emocional, enfermedad o trastorno psicológico, enfermedad o trastorno psiquiátrico, inmadurez o fracaso social, inadaptación social, trastorno de conducta, de personalidad, etc. Algunas de estas expresiones se descartan y son reemplazadas por otras que suenen más terapéuticas en el contexto de época o que se adapten mejor a las máscaras de sensibilidad del poder definición. Asi se van acuñando nuevos rótulos a medida que el sentido peyorativo hace perder el camuflaje semántico y el psiquiatra con empatía sobreactuada evitará exteriorizar expresiones lesivas como la de enfermo mental aunque formen parte de su pensamiento.

Tampoco son la excepción aquellos dogmáticos psiquiatras referenciados con el psicoanálisis, idólatras con cuadros del Maestro en sus consultorios que aunque ocasionalmente han sido críticos de la psiquiatría también recurren a rótulos estigmatizantes para disfrazar la condena personal o para invalidar o silenciar a sus detractores. El propio Freud que intentaba escapar del uso de epítetos peyorativos en el consultorio, no dudaba en emplearlos en sus escritos incluso contra sus propios discípulos ni bien planteaban algun desacuerdo o se alejaban del rebaño.

Desde diferentes enfoques o paradigmas, cada cual con sus matices distintivos y con fórmulas de proporciones variables en cuanto a lo bio-psico-social, compiten en el terreno de la hegemonía para legitimarse y apropiarse de la bandera de la “salud mental”. Durante este proceso hay un esmascaramiento de las usos reales que se le dan a la psiquiatría y ocurre una invisibilización de las funciones punitivas y de control social recurriendo a antilugios de metáforas médicas o de una ética que se da por sentado. De modo que los parámetros sobre los cuales se fundan la mayoría de los diagnósticos y prácticas que se llevan a cabo aparecen como incuestionables relativizando la carga ideológica que tienen.

¿Qué clase de conductas se consideran signos de enfermedad mental, y quiénes las consideran así? ¿Respecto de qué norma se estima que la enfermedad mental constituye un apartamiento? ¿Quién define las normas, y por ende el apartamiento de ellas? ¿Qué sucede si estas «enfermedades» son en gran medida conflictos humanos?

Estas son algunas de las preguntas más punzantes e incisivas que han surgido desde referentes de la antipsiquiatría al visualizar que el análisis de las conductas o la patologización del mero pensamiento se juzga en función del apartamiento de normas y valores dominantes, es decir, respecto de un patrón psicosocial y ético que permanece indiscutido. La consecuencia directa de esta stiuación es que la búsqueda de soluciones o remedios a aquellos conflictos humanos que han sido de modo simpliste mal catalogados como enfermedades mentales se sigan abordando a partir de un discurso médico reduccionista.

La psiquiatría es una pseudociencia, hija bastarda de la medicina y hermana mayor de la psicología y el psicoanálisis. Se dedica, entre otras cosas, a la parodia incoherente de terminología médica y tiene una relación con la medicina similar a la de los astrólogos con la astronomía. La noción de enfermedad mental es una metáfora o mito que esta atravesado por una fuerte carga ideológica desde sus cimientos y los parámetros de diagnóstico poseen una elasticidad tan amplia que habilitan a patologizar de forma antojadiza cualquier conducta.

Cuanto mayor arbitrariedad e impunidad se les permita a los psiquiatras tanto más acentuada será la inespecificidad de los rótulos y la proliferación desmedida de subcategorías de enfermedades mentales en los manuales de diagnóstico como el DSM 5 o en el CIE 10. El peso de la autoridad de quien ejerce el poder definición lleva implícita la naturalización de etiquetas psiquiatricas que se colocan equívocamente en pie de igualdad con respecto a las enfermedades orgánicas como si tuviesen el mismo grado de irrefutabilidad. El engañoso slogan de que «la enfermedad mental es como cualquier otra enfermedad» coloca al mismo nivel al TDAH que a la diabetes como si se tratasen de verdades equivalentes. Sin tomar en cuenta que el diagnóstico psiquiátrico conlleva un sesgo confirmatorio que se aprovecha de la plasticidad y diversidad humana para encontrar indicios de enfermedades o trastornos con excesiva ligereza y frecuencia sospechosa. Veamos un ejemplo de tests proyectivos tales como el Test de Rorschach o el Test de la Percepción Temática realizados por psicólogos a pedido de psiquiatras.

“Cuando un psicólogo clínico administra dicho test a la persona que le ha sido transferida por el psiquiatra, espera tácitamente que el test demuestre algún tipo de «patología». Al fin y al cabo, un psiquiatra competente no recomendaría a una persona «normal» para tests tan costosos y complicados. El resultado es que el psicólogo encuentra alguna clase de patología: el paciente es «histérico» o «deprimido» o «psicótico latente» o, si todo lo demás fracasa, «muestra señales sugestivas de organicidad». Toda esta jerigonza mágica y jerga pseudomédica sirve para reafirmar al sujeto en el papel de paciente mental, al psiquiatra en el papel de doctor y al psicólogo clínico en el papel de técnico paramédico (que «analiza» la mente del paciente en vez de su sangre). Durante más de veinte años de labor psiquiátrica, jamás he visto a un psicólogo clínico informar —sobre la base de un test proyectivo— que el sujeto es «una persona normal y mentalmente sana». Mientras que algunas brujas sobrevivieron a la inmersión, ningún «loco» sobrevive al examen psicológico”.Szasz

Hay una cuestión tácita que provoca la exacervación de la suspicacia en la administación de los tests propiciando la tergiversación y sesgo confirmatorio que da lugar a la aparición de indicios que demuestren aquello que se pretendía probar de antemano. De modo que los resultados de tests proyectivos tienen tendencia a arrojar datos que se interpretan in malam partem contra el paciente y rara vez ayudan a despatologizarlo.

Después cabe además cuestionar los test en si mismos independientemente de las capacidades y convicciones de quienes los realizan. Si analizamos la historia de los test de inteligencia nos encontramos con que en un principio las mujeres obtenían una puntuación más alta y que eso fue considerado inaceptable y sinónimo de error por lo cual se realizaron sucesivas modificaciones a los test psicométricos hasta obtener resultados más “filedignos”, es decir, hasta que los hombres obtuvieran mayores puntajes. También ocurrio algo similar cuando se realizaron tests en África y se encontraron con que los blancos pobres obtenían menos puntos, y nuevamente modificaron los parámetros de los test para “adaptarlos a la realidad” porque no coincidían con los resultados que esperaban.

Más allá de estos datos que a simple vista pueden parecer anecdóticos hay que tomar en consideración que los profesionales de la salud mental son capaces de llegar a tener una gran injerencia sobre la vida de las personas. Por ejemplo siendo determinantes en el sector de recursos humanos para la selección de personal. Hay algunos países como Australia o Canada donde se prohiben los examenes psicológicos en entrevistas laborales por considerarlos discriminatorios, pero son solo excepciones aisladas. Otro caso sería en el marco de un proceso judicial influyendo sobre los jueces para definir la magnitud de una condena o la limitación de derecho de una persona. En el rol de peritos la participación estará orientada a abrirle paso al derecho penal autor aportando juicios sobre lo que la persona supuestamente “es” y no lo que la persona hizo, con la consecuente ampliación de poder punitivo que ello implica. También pueden favorecer la inflación punitiva desde la función de criminólogos y e intervenir en una variedad de aspectos de la vida como pueden ser decidir sobre aptitudes mentales para conducir un vehículo o para negar el derecho al aborto.

Es alarmante la impunidad que garantiza el apoyo estatal legitimando las prácticas psiquiatricas. El estado indefectiblemente clasista encuentra en la psiquiatría un instrumento opresivo que patologiza cualquier conducta que rompa el equilibrio entre la persona y su entorno socio-cultural. Considerando la subordinación al orden burgués constituido, como un valor positivo e indicador de madurez e integración, mientras que ponen bajo sospecha, criminalizan y psiquiatrizan a los oprimidos e inadaptados del sistema.

Freud describía a las masas como incultas y hostiles a la cultura, la cual debía ser necesariamente represiva contrarrestando la pulsión de muerte como precio para la civilización. Desde diferentes corrientes psiquiatricas se toma como parámetro de salud mental el grado de adaptación alcanzado por el individuo respecto a la sociedad capitalista. En este proceso se guían por juicios morales y valoraciones políticas apologistas del statu quo que conciben la integración a la barbarie capitalista como sinónimo de cordura, sana sublimación y adecuada socialización.

En corrientes que sean más cercanas a las neurociencias sera mayor la biologización de la subjetividad y los reduccionismos que desatienden lo psico-social. Con la salud convertida en mercancía y subordinada a la rentabilidad anteponiendo los intereses económicos a la hora de alentar o desalentar investigaciones sin importar las necesidades sociales en caso de que éstas tengan “poco sentido comercial”.

No es de sorprender que representantes y asociados de la salud mental reclamen para si un mayor campo de acción, reclamen privilegios, defiendan instituciones totales y la práctica clasificatoria con diagnósticos que descaradamente llevan hasta el nombre propuesto por el departamento de marketing de las farmacéuticas. Conferencias y viajes pagos por gigantescos laboratorios y una serie de estímulos que no son solo económicos sino que también satisfacen la ilusión de poder que genera la dialéctica del amo y el esclavo.

El más rancio positivismo criminológico de la escuela italiana con exponentes como Lombroso, Ferri y Garofalo, estaba fuertemente influenciado por psiquiatras, frenologos, fisionomistas e higienistas. Asociaron la cuestion criminal a un problema individual y adoptaron un esquema medico psiquiatrico poniendo el eje en el “delincuente”. La presunta peligrosidad de los individuos era de mayor importancia que el hecho cometido y concibieron el sistema penal como un sistema de defensa social que protege a la sociedad de los sujetos catalogados como criminales sin atreverse a cuestionar los criterios del legislador.

Iniciaron una “guerra al delincuente” con penas ilimitadas y de acuerdo al grado de peligrosidad arguyendo fines de resocializar, neutralizar o directamente eliminar. Siempre desde la falacia de tratar el estudio de la criminalidad partiendo de la figura del delincuente, haciendo caso omiso a que lo definido como delito dependa de la voluntad de un lesgislador y pueda variar según la epoca y contexto historico. El reduccionismo positivista que intento emprender un estudio cientifico de la criminalidad consistio basicamente en relacionar el delito con patalogias individuales sacando el foco de los procesos de criminalizacion.

Incluso en la actualidad esos abordajes consiguen mover el amperímetro en las escalas penales acrecentando el castigo y legitimando el encierro. Los psicologos y psiquiatrias por su propia formacion tienen tendencias punitivistas y estan inmersos en la logica del derecho penal de autor. Se les solicita que se expidan no tanto sobre lo que la persona hizo sino sobre lo que creen que la persona es y el grado de peligrosidad que pueda tener. La participacion como peritos auxiliares de la justicia constituye en si misma aplicación de derecho penal de autor y por lo tanto una ampliacion de poder punitivo y violencia estatal.

Desde diferentes paradigmas, pese a las concepciones opuestas de la mente humana que puedan tener, los profesionales de la “salud mental” han participado en la consolidación de la violencia y exclusión de sus respectivas disciplinas caracterizadas por el poder de definición y etiquetamiento. Han levantado muros y barrotes trazando lineas divisorias entre lo normal y lo patológico. Y en nuestro presente continuan legitimando las jaulas para humanos e invisibilizando la degradación producida por las instituciones totales como son los manicomios y las cárceles.

Cuando psicologos y psiquiatras son citados para emitir dictamenes en el marco de un juicio se amoldan a categorías llevando a cabo etiquetamientos , invalidación y opresión sin atreverse jamas a cuestionar los procesos de patologización ni mucho menos a sincerarse sobre el favor que le hacen al orden social capitalista del cual reciben recompensas económicas. Los matices pueden ser discusiones hipócritas en un café sobre la diferencia de calidez humana entre llamar a alguien paciente o cliente, pero de un modo u otro contribuyen a la alienación y al control social traicionando la promesa de ayudar a las personas y alejandose cada vez más del compromiso con la transformación social

La psiquiatría es una herramienta del poder que sabotea las luchas contra la opresión y que escondiendose detras de batas blancas respalda la explotación e ideología de la clase dominante. Aunque la enfermedad mental sea poco más que una metáfora, son mayoritarias aquellas concepciones contrarias que le asignan una existencia objetiva, obvia y evidente. Es asi que se supone que una persona tiene o no tiene una enfermedad mental del mismo modo que si se tratase de diabetes o tuberculosis.

Grandes personalidades de la historia han sido declaradas insanas por conveniencias políticas y exigencias sociales. Y otras veces por puro deporte y los malos hábitos de la profesión. Ni los muertos se salvan del etiquetamiento psiquiatrico, basta con citar algunas frases de la metamorfosis y decir que Kafka tenía una cara de loco bárbaro para adjudicarle post-mortem el mote de psicótico sin ápice de duda al respecto. Otros ejemplos de esa sed insaciable por los diagnósticos son los cada vez más abundantes perfiles psicológicos de lideres políticos.

La psiquiatría (junto con sus dos disciplinas hermanas, el psicoanálisis y la psicología) ha reclamado para sí áreas cada vez más vastas de la conducta personal y de las relaciones sociales. Todas las dificultades y problemas de la vida se consideran afecciones psiquiátricas, y todas las personas (salvo la que hace el diagnóstico) están mentalmente enfermas. Szasz

Las creencias religiosas, ideología política y clase social del observador van a ser determinantes en los diagnósticos y las intuiciones de aquello que anda mal en el individuo observado. Si un paciente comunista dice que el Estado es un órgano de dominación de clase que administra los negocios de la burguesía, puede que sea categorizado como paranoide o alguien con ideas conspirativas que trascienden meras posiciones politicas y que responden a una patología de fondo que lo lleva a tener esa percepción.

Esa clase de reduccionismos lamentablemente ocurren tal como vimos al comienzo de la nota cuando se menciono el ejemplo de los esclavos afromericanos que al escaparse en busca de libertad eran diagnoticados con una enfermedad mental inventada por los psiquiatras y llamada drapetomanía. También vimos las consecuencias del esquema médico psiquiatrico adoptado por el positivismo criminológico nutrido de frenología, fisionismo, higienismo, etc.

Aislar conductas sacandolas de contexto ocasiona que pierdan toda inteligibilidad y significado. La descripción de alguien que habla en voz alta estando solo puede interpretarse como una práctica de oratoria, pero tambíen puede conducir al observador a una presunción de soliloquio esquizofrenico. Si a esa misma conducta le agregamos contexto como puede ser alguien arrodillado en una iglesia lo que parecia ser un indicio de esquizofrenia se convierte en una persona rezando. La conducta es exactamente idéntica pero sin contexto resulta incomprensible o incluso da lugar a que el observador invente pseudoproblemas y enfermedades mentales.

El paciente puede asegurar que es Napoleón o que lo persiguen los comunistas; estas afirmaciones solo se considerarán síntomas psíquicos si el observador cree que el paciente no es Napoleón o que no lo persiguen los comunistas. Se torna así evidente que la proposición «X es un síntoma psíquico» implica formular un juicio que entraña una comparación tácita entre las ideas, conceptos o creencias del paciente y las del observador y la sociedad en la cual viven ambos. La noción de síntoma psíquico está, pues, indisolublemente ligada al contexto social, y particularmente al contexto ético.Szasz

Algo similar puede llegar a ocurrir si empezamos a dudar sobre si la psiquiatría sea o no una rama de la medicina, o de sus aspiraciones científicas. Y más si hacemos un análisis de sus funciones de control social y su pasado inquisitivo incluyendo una crítica a la industria farmacéutica y a la biologización de la subjetividad tan de moda en las neurociencias.

La distinción entre esencia y apariencia nos permite tener en cuenta el rol que cumple la psiquiatría en la sociedad en lo que hace a su función real, es decir, más allá de lo meramente declarativo y manifiesto expresado por sus representantes y asociados, que se autoperciben como benévolos bien intencionados guardianes de la salud mental.

Con frecuencia en la «enfermedad mental» encontramos un individuo que está en conflicto con quienes lo rodean —su familia, sus amigos, su jefe, quizá la sociedad entera—. ¿Cuál es nuestra expectativa: que el psiquiatra ayude al individuo o a la sociedad? Si los intereses de ambos son antagónicos, como a menudo sucede, el psiquiatra sólo puede ayudar a uno de ellos perjudicando al otro. Szasz

La psiquiatría esta al servicio de las necesidades alienadas de la sociedad capitalista y participa en la invalidación de una enorme cantidad de individuos que cumplen el rol de chivos expiatorios o víctimas propiciatorias. La invalidación social es aquella que tiene por objetivo lograr que una persona se adapte progresivamente a una identidad pasiva, obligando al paciente a asumir el rol de enfermo de acuerdo a la etiqueta del diagnóstico con que fue rotulado, ejerciendo una violencia sutil mediante la cual casi todo acto, afirmación y experiencia de la persona es sistemáticamente considerado invalido. Volviendose poco más que simple material clínico o un deshumanizado receptáculo de atribuciones de enfermedad mental.

“Si bien son lícitas ciertas expectativas acerca de la conducta de una persona (y en todo contexto práctico debemos tenerlas, sin dejar de saber que pueden frustrarse), la predicción propia de las ciencias de la naturaleza no debe ser considerada posible ni imposible en las ciencias de las personas, sino simplemente inadecuada en ese campo.”Cooper

Hay que abandonar tan inadecuadas pretensiones de encasillar individuos, y cuestionar las estructuras y clasificaciones clínicas entre neuróticos, perversos, psicóticos etc. Estructuras que luego psiquiatras referenciados con el psicoanálisis reconocen que son un pastiche de mixturas que solo se separan en la teoría por cuestiones pedagógicas de enseñanza o para aconsejar posicionamientos en la relación de transferencia.

Es necesario abrir paso a una dialéctica de la liberación que nos permita dejar de vivir existencias cargadas de estigmas psiquiatricos y poder barrer por completo con las estereotipadas nociones de cordura y locura, y toda esa serie de compartimientos estancos de prejuicios y etiquetas que simplifican al ser humano en vez de complejizarlo.

“Los análisis reductivos, enmarcados en términos de psicología, teoría del aprendizaje o teoría psicoanalítica, pueden describir muy eficazmente y en detalle el fondo extra e intraorgánico contra el cual se destaca la persona, pero en todos los casos, y por la misma razón, la realidad personal en sí queda omitida.”Cooper

Despedazan y abordan por separado las partes de la dialéctica constitutiva del sujeto conformada por los factores condicionantes socioambientales: intrafamiliares, extrafamiliares, de clase social e histórico-sociales.

“Debemos rastrear qué hace la persona con lo que se le hace a ella, qué hace con aquello de lo cual está hecha. Cada una de estas expresiones —"lo que hace", "lo que se le hace a ella", "aquello de lo cual está hecha"— puede ser por separado objeto de una investigación analítica. Pero no son más que "momentos". Es decir que son términos opuestos a otros en un contexto dialéctico, que solamente pueden ser aislados al precio de una distorsión del resto del cuadro total.”Cooper

La expresión «enfermedad mental» es una metáfora que erroneamente se ha llegado considerar como un hecho real, sin perjuicio del innegable reconocimiento de las dificultades y problemas de vida que puede experimentar un sujeto, pero que no debieran categorizarse como enfermedades.

La idea de enfermedad solo puede tener alguna utilidad en la medicina general pero no es aplicable a un campo en el que los problemas se presentan en términos de relaciones sociales. Pensar en términos de enfermedad es una falacia de seudocientificismo que genera toda clase de contradicciones.

La enfermedad mental —como deformación de la personalidad, por así decir— es entonces considerada la causa de la falta de armonía entre los hombres. Implícita en esta concepción está la idea de que la interacción social es intrínsecamente armoniosa, y su perturbación solo obedece a la existencia de «enfermedad mental» en muchas personas.Cooper

En el mismo sentido Szasz plantea que: el mito de la enfermedad mental fomenta nuestra creencia en su corolario lógico: que la interacción social sería armoniosa y gratificante y serviría de base firme para una buena vida si no fuera por la influencia disruptiva de la enfermedad mental, o de la psicopatología.

El punto aspero de la cuestión es la violencia de la psiquiatría, una violencia que puede estar naturalizada y ser sutil o no. Épocas pasadas dan cuenta de aberraciones como lobotomías, electroshocks, privaciones de la libertad, torturas, etc. Todas esas prácticas se realizaron con la anuencia familiares, médicos y el Estado.

La abstracción corriente del "enfermo" del sistema de relaciones en el que está aferrado distorsiona inmediatamente el problema y abre el camino a la invención de pseudoproblemas que a continuación son clasificados y analizados causalmente con toda seriedad, mientras que todos los problemas auténticos han hecho mutis sigilosamente por la puerta del hospital, junto con los parientes que se alejan.Cooper

Al día de hoy siguen existiendo instituciones totales cuyos efectos deteriorantes son incluso peores a los de las cárceles. Sobremedicación, internaciones involuntarias, pérdida de derechos, etiquetamiento, estigmatización y diagnósticos que degradan a la persona. Formas de violencia perpetrada por las personas arbitrariamente definidas como "sanas o cuerdas" contra los rotulados "locos o enfermos".

La atribución de excentricidad, rareza, extravagancia, locura, incongruencia o ausencia de sentimientos, actos sin propósito, impulsividad o agresión injustificada, no constituyen juicios incuestionables absolutos ni siquiera (según la experiencia clínica corriente) razonablemente objetivos.Cooper

Vivimos en una sociedad estereotipada con una “salud mental” prescripta donde se aplican diferentes técnicas de segregación e insinuaciones de menosprecio para la exclusión de individuos en diferentes ámbitos pudiendo llegar hasta la invalidación total de la persona. Con parámetros difusos en los que se equiparan salud mental con adaptación social y se condenan las rebeliones y el inconformismo bajo sospecha de sintoma o indicio de mala socialización en el marco de antinomias de salud y enfermedad que son herederas de la vieja dicotomía entre el bien y el mal.

La exclusión y clasificación de personas bajo el signo de rótulos estigmatizantes forma parte de la retorica del rechazo que toma forma al momento de nombrar y etiquetar a las personas aplicando un método taxonómico y convirtiendolas en portadoras de un estigma. El reconocimiento de que dicho etiquetamiento sea llamado terapéutico o punitivo dependerá del contexto y de la honestidad intelectual de quienes ejercen el acto social de la clasificación.

La negación de la negación. Los pasos del proceso son los siguientes: en primer lugar, hay un acto negativo, la invalidación de una persona por otras; esto puede implicar la rotulación diagnóstica, un dictamen judicial, la segregación física de esa persona de su contexto social. En segundo término (este paso es por lo general simultáneo con el anterior) el acto negativo se niega de diversas maneras; se sostiene que la persona se invalidó a sí misma, o que fue invalidada por su debilidad intrínseca o por el proceso de la enfermedad, sin que otras personas hayan tenido nada que ver al respecto. Por medio de esta doble negación, el grupo social se oculta su propia praxis. Las personas "buenas" y "sanas" —que se definen a sí mismas como tales mediante la definición de algunos semejantes como "malos" y "locos" y su posterior expulsión del grupo— mantienen una homeostasis segura y cómoda gracias a esta mentira acerca de una mentira.Cooper

Los hospitales psiquiátricos son el sumidero en el cual se descartan a las personas incomodas encarcelando mentes y empastillando las diferencias en pos de una huerta de repollos minuciosamente alineados. El psiquiatra se vuelve un carcelero y el paciente es cosificado y prescindible como persona al ser convertido en un mero portador de síntomas.

En todas las épocas hubo personas que quisieron sacarse de encima a “seres queridos” y los depositaron en instituciones totales “por su propio bien”. En 1860 las leyes reclusión del estado de Illinois permitían que las mujeres casadas puedan ser internadas a requerimiento de su esposo o tutor sin exigir ninguna evidencia de insania.

El requisito principal que debe cumplir la persona recluida en uno de esos establecimientos es aceptar la ideología psiquiátrica acerca de su «enfermedad» y de las cosas que debe hacer para «recuperarse». El paciente debe, por ejemplo, aceptar que está «enfermo» y que quienes lo han apresado están «sanos»; que la imagen que él tiene de sí mismo es falsa, y la de estos últimos, correcta; y que para lograr un cambio en su situación social deberá renunciar a sus concepciones «enfermas» y adoptar las concepciones «sanas» de quienes tienen poder sobre él. Al aceptarse a sí mismo como «enfermo», y al aceptar que el medio institucional que lo rodea y las diversas manipulaciones de su persona que le imponen los profesionales constituyen un «tratamiento», el paciente se ve llevado a convalidar el rol del psiquiatra como el de un médico benévolo que cura enfermedades mentales. El paciente que insiste en sostener la imagen de la realidad que le está vedada y ve en el psiquiatra institucional a un carcelero, es considerado un paranoide.Szasz

La privación de la libertad en instituciones psiquiátricas es una pena que no se la reconoce como tal, y por lo tanto ni siquiera esta rodeada de garantías procesales. Es decir que las internaciones involuntarias producen una perdida de derechos mayores a las de los presos en las cárceles, y además pueden tener total desproporcionalidad al ser por tiempo indeterminado mediante el artilugio de presentarla como una “medida” que evade las garantías que ponen limites a las penas reconocidas como tales.

En las cárceles los presos mal que mal saben cuando van a salir, pueden terminar sus estudios, aprender un oficio, estudiar una carrera universitaria o escribir un libro. No tengo duda alguna de que las cárceles sean tortura y vejación, mereciendo ser abolidas y desaparecer. Pero en comparación con las instituciones psiquiátricas hasta las cárceles parecen menos lesivas a la dignidad humana, lo cual ya es mucho decir.

Sin pelos en la lengua Szasz dice que la internación involuntaria en hospitales neuropsiquiatricos es un crimen de lesa humanidad. Se trata de una forma de encarcelamiento y control social ejercido sobre grupos e individuos que amenazan los valores sociales establecidos o que son los chivos expiatorios y objetos enfermos del sistema familiar. La gran mayoría pertenecientes a los sectores menos pudientes de la sociedad, reflejando la misma selectividad con la que opera el poder punitivo en el sistema penal.

La violencia de la psiquiatría no escapa al clasismo, por mas asepsia ideologica que pretenda tener. Es asi que las personas pobres son las que se llevan la peor parte como candidatos naturales a “medidas” coactivas y tambien como sospechosos de falta de cordura. El estereotipo de “enfermo mental” y el “olfato psiquiátrico” apunta en la misma dirección que el estereotipo criminal y el olfato policial. Es mas fácil ejercer violencia sobre la población vulnerable que sobre los miembros de la burguesía. Mientras que a unos se les cuida la imagen y se les recomienda vacaciones o yoga, a otros se les impone una estadia intramuros o los llenan de drogas hasta conseguir cuerpos dociles. Del mismo modo que hay una criminalización de la pobreza, tambien hay una psiquiatrizacion de los pobres.

“El objetivo principal es ejercer un control social sobre la conducta; el tratamiento de la enfermedad es en el mejor de los casos, un argumento secundario. A menudo la terapia es inexistente, y la custodia es apodada tratamiento”Szasz

La hospitalización involuntaria no mejora la salud de ninguna persona, del mismo modo que las cárceles no resocializan. Pero el camuflaje verbal intenta presentar el castigo, la segregación y la tortura como algo “terapéutico”.

Lo que se conoció como experimento Rosenhan puso de manifiesto las arbitrariedades y errores de diagnóstico por parte de psiquiatras pretendidamente expertos en la mente humana. Un grupo de entre diez y doce personas llevo a cabo un experimento que consistio en infiltrarse como pacientes en diferentes hospitales psiquiatricos fingiendo tener alucinaciones auditivas.

Rápidamente y sin excepción fueron diagnosticados con esquizonfrenia y quedaron internados en aproximadamente una docena de instituciones diferentes que permitieron ampliar el muestreo de los resultados del experimento. Una vez dentro examinaron in situ las pesimas condiciones de los lugares y tomaron nota de los malos tratos recibidos, al mismo tiempo que comenzaron a actuar con naturalidad manifestando sentirse mejor y ya no escuchar voces.

Pasados algunos meses finalmente estos experimentadores fueron liberados sin ser descubiertos bajo la condición de continuar medicados con antipsicóticos. Cuando fue revelado el experimento los psiquiatras y sus criterios de diagnóstico quedaron ridiculizados. El escándalo y el descredito que causo la puesta en duda de los diagnosticos y la practica psiquiatrica llevo a que una de las instituciones desafiara a Rosenhan a enviarle “pseudopacientes” para demostrar la efectividad de los diagnósticos.

Rosenhan aceptó el desafío y con gran ingenio lo utilizo para complementar su experimento. Fue entonces que la institución recibio a 193 personas de la cuales catalogo a 41 como impostores. La sorpresa genero el impacto de una broma de Sokal cuando Rosehan conto que no había enviado a nadie.

Los defensores de la prisión psiquiátrica llaman a sus instituciones «hospitales», a los reclusos, «pacientes», y a los guardianes, «médicos»; se refieren a la sentencia de prisión como «tratamiento» y a la privación de la libertad como «protección de los mejores intereses del paciente».Szasz

Los psiquiatras asumen un rol superior y dominante, muchas veces con discurso paternalista, y le imponen por la fuerza el rol de paciente a otro que no puede verlo mas que como un carcelero. El llamado enfermo mental es puesto en condición de inferioridad psicológica y social, e infantilizado como un sujeto inmaduro al cual hay que controlar y “proteger”.

Para preservar una situación de superioridad individual o de clase, es preciso, como regla, que el opresor mantenga en la ignorancia al oprimido, sobre todo en lo atinente a su relación.Szasz

Afortunadamente la antipsiquiatría no es solo un movimiento contracultural de protesta en el plano abstracto sino que ha tenido una aplicación práctica posibilitando la existencia de comunidades experimentales donde se superaron los preconceptos y prejuicios clínicos corrientes.

Comunidades abiertas en donde no existen internaciones involuntarias, donde no hay una jerarquía de personal-paciente ni la intención de clasificar e introducir forzadamente a las personas en un molde o diagnóstico. Con pacientes que participan de asambleas e intervienen en la toma de decisiones con un desvanecimiento progresivo de roles entre enfermeros, médicos, asistentes y pacientes.

Un espacio en el cual el sujeto no tiene que luchar con los deseos alienados de otros que tratan de “curarlo” y donde el objetivo es que el paciente realice experiencias que le permitan vivir en la comunidad sin constituirse en un receptáculo de atribuciones de enfermedad mental.

Todavía resulta casi revolucionario sugerir que el problema no radica en la llamada "persona enferma" sino en una red interactuante de personas, red de la cual el paciente internado es abstraído mediante un truco conceptual previo. Es decir que la locura no está "en" una persona, sino en un sistema de relaciones del cual forma parte el rotulado "paciente".Cooper








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