Genealogía de la autoridad y la figura del pastor.
— Nikolái Aleksandr Weinbinder —
Resúmen: Los modos en los que nos relacionamos con la autoridad han ido cambiando en el transito de la antigüedad a la modernidad no solo en sus formas sino también en sus fundamentaciones. Esto será analizado haciendo contrapuntos entre los griegos y la edad media poniendo énfasis en la figura del pastor que utiliza Foucault como bisagra para entender los matices y complejidades de la transición hacia formas cada vez mas centralizadas que dan lugar a la conformación de los estados. Destacando la influencia que tuvo el cristianismo en esos cambios y los resabios de concepciones teológicas que aun hoy perduran en la teoría política moderna.
Las palabras tienen su historia, algunas de ellas son mas efímeras que sus significados, y a lo largo del tiempo se someten a una incesante disputa de sentidos, siempre cargadas de ambigüedad, vaguedad, textura abierta y carga emotiva. Pese a ello, intentaré en el presente ensayo hacer una austera genealogía foucaultiana rastreando las huellas de lo señalado en el título, con el mayor detalle que la bibliografía me lo permita, y con explicaciones que transitan el inevitable problema del anacronismo en la construcción de un relato del pasado donde no es posible abstraernos de nosotros mismos ni tampoco de los condicionamientos epocales sin reclamar una involuntaria posición privilegiada desde el presente en el que escribo.
Una particularidad distintiva de la lengua griega, ya sea en su gramática o en su sintaxis, es haber contribuido al surgimiento de un pensamiento articulado, origen de la filosofía, orientado a formular (teo)rías, conceptos, definiciones y proposiciones lógicas que fueron diametralmente opuestas a los modos de la poesía y de los aforismos. Esta nueva forma de pensar, abordar y problematizar se encamino hacia la búsqueda de respuestas haciendo uso de una aguda capacidad para ver más allá de lo aparente, penetrando en un entramado complejo de argumentaciones y con la formulación por vez primera de lo que hoy llamamos conceptos.
En la cultura griega antigua las palabras divino/divinidad no eran un sustantivo tal como se conciben luego en un mundo posterior monoteísta donde la figura de Dios aparecerá representada como un único y gran creador perfecto e infalible. Sino que por el contrario se utilizaban aquellas expresiones en forma de adjetivos para señalar el carácter extraordinario de algo o de alguien, y esto se relaciona con la concepción propia del politeísmo en un mundo griego donde convivían una multiplicidad de dioses imperfectos de características más terrenales y asemejables al ser humano.
El texto de Platón que incluye el dialogo entre Sócrates y Critón nos permite comenzar a adentrarnos en el análisis de la relación entre las nociones de autoridad, obediencia y virtud, propias de aquel mundo griego tan lejano. Sócrates aparece representado en la pluma de Platón como el personaje principal que ha sido condenado en una democracia esclavista bajo la falsa acusación de introducir nuevos dioses y corromper a la juventud con ideas subversivas para el orden de la polis. A consecuencia de ello se le es dado a elegir entre el destierro y la muerte, eligiendo esta última opción por ajustarse mejor a sus convicciones en consonancia con la virtud de una razonada obediencia a las leyes. Desde una mirada moderna podría parecernos llamativo que hubiera elegido una pena más severa, así como también que dicha pena de muerte estuviera socialmente aceptada como forma de castigo, pero su decisión acorde al contexto de ideas de aquella época cobrara mayor grado de sentido y se plasmara en argumentos que reflejan una posición medianamente convincente desde el plano ético aunque contradictoria como veremos más adelante en el argumento de los expertos y de las mayorías que le condenan.
“Te hubiera sido posible, durante el proceso mismo, proponer para ti el destierro, si lo hubieras querido, y hacer entonces, con el consentimiento de la ciudad, lo que ahora intentas hacer contra su voluntad. Entonces tú te jactabas de que no te irritarías. si tenías que morir. y elegías , según decías, la muerte antes que el destierro. En cambio, ahora, ni respetas aquellas palabras ni te cuidas de nosotras, las leyes, intentando destruirnos;”. (Platón, p. 207, 52c)
La concepción en la Grecia antigua sobre la vida social y la muerte permite contextualizar los motivos por los cuales Sócrates se niega a aceptar el destierro que le implicaría nada menos que dejar de ser ciudadano y perder con ello la participación en la vida política convirtiendose en un “idiota”, es decir, etimológicamente aquel que no se ocupa de los asuntos públicos. Este menoscabo intolerable de su investidura de ciudadano lo acompañaría a todas partes y los efectos devastadores de la separación de la comunidad le impedirían desarrollar su vida política que era percibida como lo más importante. En este marco de situación incluso la muerte sera considerada una mejor opción antes que la ruptura en las relaciones sociales y la pérdida del rol/función que ocupa en relación con los otros.
Mientras que Sócrates duerme plácidamente en un calabozo esperando la ejecución de la condena, aparece la figura de su amigo Critón que luego de sobornar a un guardia lograra dialogar con Sócrates e intentará sin éxito persuadirlo para que se escape. En el dialogo entre ambos se esbozaron una serie de argumentos y contraargumentos sobre si debería o no desobedecer las leyes y preservar su vida en el destierro. Sin embargo, Sócrates desmenuzara minuciosamente cada uno de los planteos de Critón para finalmente refutarlos. Cabe destacar que, independientemente de la fortaleza o debilidades de cada argumento, prima siempre la reflexión concienzuda en un debate racional sobre los fundamentos para la obediencia. Algo que resulta contrario e incompatible con una obediencia dogmática e irreflexiva de quienes sucumben pasivamente a la voluntad de los dioses.
Encontramos la obediencia a la autoridad relacionada a la virtud de la coherencia y el cumplimiento del deber. Sócrates había sido un ciudadano modelo en lo que se refiere al cumplimiento de la ley y por ello estaba dispuesto a sostener su posición hasta las ultimas consecuencias excepto que alguien pudiera persuadirle mediante sólidos argumentos de que estaba equivocado. ¿Es legítimo obedecer a la autoridad también en el caso de una sentencia que sea injusta? Sócrates entenderá que si porque aquello implica ser consistente con sus propias creencias sin importar que conlleve el sacrificio de su propia vida.
Es así que ve en la obediencia a las leyes un acto virtuoso de un ciudadano que esta dispuesto a enfrentarse al dulce veneno de la cicuta sin temor a aquel frío que escala por las piernas anticipando la muerte inminente. Ni siquiera el obrar injusto de los demás sera un atenuante para validar la desobediencia ante un positivismo ético que lo lleva a mantenerse incólume, desaprensivo, inconmovible en sus convicciones. Desde su perspectiva sería egoísta e incoherente con su pensar si optara ante la adversidad por incumplir y destruir las leyes ahora que aquellas le perjudican siendo que a lo largo de su vida había sostenido que era virtuoso obedecerlas.
Aparece aquí una función pedagógica del texto con un Platón que pese a estar enojado con la muerte de su maestro no deja de ser un filósofo que pretende conservar del orden establecido y que por lo tanto advierte los problemas que podría ocasionar el hecho de avalar la desobediencia a las leyes, incluso cuando estas son injustas. Son esas mismas leyes a las que Sócrates les dará voz propia para secundar sus argumentaciones y que aparecen en el dialogo como posibilitadoras de la vida en comunidad y de la convivencia con los otros. Pero Sócrates no va a obedecer aquellas leyes porque los dioses asi lo manden sino que lo hará por el ejercicio del razonamiento y el contraste de los argumentos.
“Reflexionemos si esto debe hacerse o no. Porque yo, no sólo ahora sino siempre, soy de condición de no prestar atención a ninguna otra cosa que al razonamiento que, al reflexionar, me parece el mejor. Los argumentos que yo he dicho en tiempo anterior no los puedo desmentir ahora porque me ha tocado esta suerte”. (Platón, p. 198, 46b)
(Platón, p. 198, 46b)
Reviste especial trascendencia destacar que esas leyes y autoridad no están fundadas en Dios sino que provienen de los ciudadanos que se las dan a si mismos a los fines de autoregularse. Por lo tanto, sería una lectura equivocada prejuzgar desde nuestro presente que en el mundo griego antiguo politeísta la ley y la autoridad emanaban de la divinidad, algo que sin embargo si va a ocurrir luego para fundamentar la obediencia en el periodo medieval por efecto del cristianismo. Pero lo importante de esta distinción es hacer notar que para los griegos no puede haber virtud en una obediencia ciega anclada en el dogma y la fe.
Quizás la mayor contradicción de Sócrates sea haber argumentado sobre la importancia de obedecer la opinión de los expertos desestimando la opinión de las mayorías, sin que eso le permitiese llegar a visualizar que lo que estaba haciendo al cumplir las leyes y obedecer la autoridad era acatar la decisión de una mayoría inexperta que lo condenaba a muerte. Es decir, que sus propios argumentos podrían haber sido utilizados para fundamentar la desobediencia y sin embargo fueron empleados en un sentido contrario legitimando su condena.
“Hemos tenido razón o no al decir siempre que deben tenerse en cuenta unas opiniones y otras no.¿O es que antes de que yo debiera morir estaba bien dicho, y en cambio ahora es evidente que lo decíamos sin fundamento, por necesidad de la expresión, pero sólo era un juego infantil y pura charlatanería?”.
(Platón, p. 198, 46d)
No sabemos quien sería el experto en materia de justicia pero si sabemos que en el mundo griego la ley era una creación humana y que como tal no venia dada por los dioses. Esto es importante para analizar la forma de relacionarse con la autoridad y hacer la distinción entre una obediencia que responde a la conveniencia para la comunidad y otra obediencia que por el contrario se basa en acatar de forma sumisa lo que manda una autoridad divina.
En la polis griega había una participación directa en cargos públicos y en la administración con designaciones por medio de sorteos. Eran solamente los ciudadanos libres los que podían participar de la vida política, no así las mujeres, los esclavos, extranjeros, personas sin patrimonio, etc. En el esquema platónico encontramos estamentos sociales con distinta jerarquía que se debía respetar para conservar el orden establecido. De modo que los artesanos y productores debían de obedecer a los guardianes, y los guardianes a su vez obedecer al gobernante filósofo. Platón quiere invertir aquella polis donde habían matado a su maestro y transformarla en su reverso para así conseguir que los filósofos como Sócrates sean los que gobiernen.
Frente a la pregunta sobre si es la obediencia por si misma una virtud los griegos responderían que no y que solo puede ser una virtud si esta mediada por criterios racionales o responde a la coherencia de toda una vida. Esta concepción va a ir cambiando gradualmente en la transición del mundo antiguo a la edad media. La dinámica y el proceso de esos cambios serán abordados por Foucault al incorporar la figura del pastor como una categoría que dará cuenta sobre las transformaciones en la forma de concebir y relacionarse con la autoridad y el gobierno. En los griegos obedecer dogmáticamente sin reflexionar ni fundamentar estaba mal visto y carecía de toda virtud. Mientras que en la edad media ocurrirá lo opuesto y la obediencia ciega se considerará una virtud en si misma por el simple hecho de que los dioses así lo ordenan, sin lugar para el ejercicio reflexivo ni los cuestionamientos a la autoridad salvo que se corra el riesgo de la herejía o de ser víctima de la inquisición.
Las póleis del mundo antiguo eran comunidades autónomas y autosuficientes. Tenían sus dioses, gobernantes y recursos propios, eran mas bien dispersas y aunque algunas de esas comunidades se confederaban no llegaban a conformar un orden territorial extenso. Los cargos burocráticos, salvo el de general, eran sorteados entre los ciudadanos, se creaban ejércitos ad hoc, y la estructura de la polis griega hacia que sea diferente y contraria a la de una ciudad estado. Recién a partir del imperio romano y el surgimiento de la iglesia católica como institución en la edad media es que aparecerán formas protoestatales. Esto ocurre como consecuencia de un creciente proceso de centralización y de modificaciones en las relaciones de poder.
La noción de pastorado expresa ese cambio especifico en la tecnología del ejercicio del poder y el modo en que se transforma la relación con la autoridad que pasa de tener un fundamento racional a tener un fundamento divino. Lo que alguna vez habían sido practicas marginales se convirtieron en hegemónicas y este pasaje repercutió en los motivos de la obediencia que difieren entre el mundo antiguo y la modernidad, pasando por la edad media como época de transición en donde la obediencia y la docilidad serán un símbolo de la virtud entre las ovejas del rebaño.
Para efectivizar esos cambios hubo procesos de centralización de tierras, patrimonio y poder que cimentaron formas de orden político hasta llegar a la formación de los estados. Y en paralelo a esto se va a dar otro proceso igual de relevante que sera la conformación del individuo con toda una dimensión simbólica de las relaciones de poder que opera en la subjetividad. Foucault da cuenta de la evolución del poder político hacia esas formas cada vez más centralizadas. Con relaciones de poder que se configuran y reconfiguran empezando a darse transformaciones graduales pasando desde las póleis antiguas, a los cambios por efecto del imperio romano y la iglesia católica hasta que finalmente aparecen los estados en el siglo XVI con sus primeras manifestaciones ya en el renacimiento. Los primeros estados en sentido estricto de la palabra van a ser España, Francia e Inglaterra. De las originarios formas absolutistas fundamentadas por teóricos como Hobbes se ira mutando con el paso del tiempo hacia otras formas más representativas.
El estado como modo de orden político propio de la modernidad se caracterizo por un ejercicio del poder mucho mas centralizado. Y las notas distintivas que permiten describirlo son la conformación de ejércitos profesionales, recaudación de impuestos, autoridad central que ejerce la justicia con un derecho aplicable a una gran extensión de territorio y población, monopolio de la coacción garantizada por la estructura del orden político, etc.
La transformación en la relaciones de poder y su centralización desde la unidades autónomas hasta las formas estatales traen consigo un proceso de individualización y socialización que trastoca el modo en pensamos la relación con nosotros mismos y con los demás, la cual no es innata ni responde tampoco a esencialismos sino que esta mediatizada por relaciones que inciden y moldean las subjetividades a través de instituciones disciplinarias como prisiones, manicomios, escuelas, fábricas, etc. Estas instituciones en el régimen del saber-poder establecen arbitrariamente los cánones de la “normalidad” y definen los parámetros de lo patológico trazados caprichosamente por las relaciones de poder que excluyen sujetos o los sitúan en el espectro de lo deseable o indeseable bajo lógicas de vinculaciones asimétricas y autoritarias.
Para comprender la forma de relacionarnos con la autoridad podemos examinar las tecnologías del poder y especialmente la figura del pastor a los fines de realizar un contrapunto entre la autoridad política del mundo griego antiguo y las transformaciones posteriores que dan cuenta de que esa relación con la autoridad no ha sido siempre de la misma manera.
“La idea de la divinidad, del rey o del jefe como la de un pastor seguido por su rebaño de ovejas no era familiar ni para los griegos ni para los romanos”.
(Foucault, 2005, p. 305)
Van a ser los hebreos quienes desarrollarán el tema del pastorado y sera en gran medida por el efecto del cristianismo que se logre instaurar la asimilación entre la figura del gobernante y del pastor. En el mundo politeísta griego había una multiplicidad de dioses mundanos atados a la tierra y eso hacia que la relación con esos dioses y con los gobernantes fuese diferente a la que vamos a tener luego en el monoteísmo de Dios único que guía a su rebaño a modo de pastor. Esa noción de Dios único y verdadero se universaliza e impone por la fuerza combatiendo abiertamente de forma violenta todos los vestigios del politeísmo para anular así la creencia en más de un Dios. Ejemplo de esto se puede ver en el texto bíblico cuando se habla sobre el santuario único:
“Demolerán sus altares, harán pedazos sus piedras sagradas, les prenderán fuego a sus imágenes de la diosa Aserá, derribarán las esculturas de sus ídolos y borrarán de esos lugares los nombres de sus dioses”.
(Antiguo Testamento, Deuteronomio 12 – 3)
El Dios monoteísta pasa a ser el pastor del rebaño y esto repercute tejiendo lazos entre modos equivalentes de pensar la relación con la autoridad divina y la autoridad política. En la metáfora del pastor la autoridad hace posible la existencia de la comunidad, la cual resulta impensable de ser garantizada sin la autoridad. En cambio en los griegos la comunidad precede a la autoridad y esta última no es necesaria para nuclearla y conformarla. Dicha comunidad existe con anterioridad e independencia de la autoridad sin que sea condición para su existencia. Esta concepción donde la comunidad precede al gobernante es opuesta a la figura del pastor instaurada por el cristianismo en la edad media.
El medioevo fueron mil años atravesados por la hegemonía del cristianismo con una combinación inescindible entre filosofía y teología que se mezclaron entre si hasta ser indiferenciables. En ese período dejan de tener relevancia los fundamentos para la obediencia basados en persuadir mediante la argumentación y lo que pasa a considerarse virtud es obedecer sin otro motivos más que acatar a la autoridad divina que lo manda, a veces encarnada en la figura de rey o diferentes intermediarios terrenales. Ha sido esa obediencia irreflexiva y fe irracional en la autoridad divina la que luego aparece traspolada en la fe ciega a la razón y la ciencia y que mucho tiempo después en la ilustración adquirió demasiado poder y produjo excesos. La confianza en la función emancipadora de la tecnología y de la ciencia dio lugar a la íntima asociación entre la racionalización y el abuso del poder tal como lo señala Foucault en el texto:
“El lazo entre la racionalización y el abuso de poder es evidente. Tampoco es necesario esperar a la burocracia o a los campos de concentración para reconocer la existencia de semejantes relaciones”. (Foucault, 2005, p. 304)
(Foucault, 2005, p. 304)
Desde los comienzos de la filosofía se ha concebido al ser humano dotado de una racionalidad y con capacidad para reflexionar como característica que le diferencia de otros animales. En la modernidad aparece la idea de que el humano debe perseguir los fines que le señalan la razón, presentada como instrumento emancipador. Sin embargo, autores como Adorno y Horkheimer pusieron aquella premisa en tela de juicio evidenciando que el proyecto ilustrado y los grandes discursos de la ciencia junto a los avances de la técnica habían sido empleados para justificar una mayor opresión instaurando desde campos de concentración hasta nociones de lo normal y lo patológico. Derribando el mito de que inexorablemente la racionalidad y la técnica nos llevarían a mejores condiciones de vida. Desde una concepción frankfurtiana se podría considerar que la racionalidad instrumental puso la tecnología al servicio del exterminio con una racionalidad específica que buscaba determinados fines y respondía a intereses espurios.
“La Ilustración, en el más amplio sentido de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores. Pero la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad. El programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la imaginación mediante la ciencia”.
(Adorno, Horkheimer, 1998, p. 59)
En el caso de Foucault los saberes se construyen entrelazados siempre con relaciones de poder asimétricas que nos constituyen. Pero no hay discursos transhistóricos para toda época y lugar sino que tenemos diferentes tipos de racionalidad que se vinculan con el poder en el ámbito de las relaciones sociales, articulandose el saber-poder de diferentes maneras sin que exista una racionalidad única que regule todas las relaciones. Se pregunta acerca de los tipos de racionalidad que se esconden detrás las practicas y discursos que se sostienen como saberes. La racionalidad ha estado al servicio del poder y podemos notarlo incluso en el cambio del lenguaje como por ejemplo el modo en que se ha filtrado teología en las concepciones del mundo en la edad media o de la teoría política moderna predominante, así como también se ha inmiscuido en el iluminismo terminología y miradas médico-biológicas luego plasmadas en discursos filosóficos y políticos.
Gradualmente ocurrió un proceso de secularización y desacralización donde las instituciones del gobierno, que serán estatales en la modernidad, aparecerán despojadas del contenido teológico en el que originariamente se fundaron. Y en el inicio de la modernidad cobra relevancia la idea de emancipación y progreso vinculada a los discursos científicos. Pero debemos retroceder hasta la antigüedad para rastrear el “arjé” de la manera de relacionarnos con la racionalidad y descubrir cómo llegamos a ser los que somos por resultado del efecto de un poder individualizante que adquiere cierto grado de sofisticación. Nos atraviesan relaciones de poder y tecnologías que mediante el disciplinamiento de los cuerpos, prácticas y aprendizajes moldean nuestras subjetividades hasta volvernos dóciles y obedientes frente a la autoridad.
En la figura del pastor Dios ejerce el poder sobre el rebaño, es un dios universal que no esta atado a la tierra sino que marcha con su pueblo. Es durante el cristianismo que se van a desarrollar técnicas de disciplinamiento ejerciendo una vigilancia panóptica sobre cada miembro del rebaño, especialmente sobre aquellas ovejas descarriadas. Ocurriendo transformaciones en la relación con la obediencia, la responsabilidad y el conocimiento individual. Aparece un dualismo que jerarquiza el alma al mismo tiempo que cultiva el desprecio por el cuerpo y que se utilizara también como justificación para la extenuación de la fuerza de trabajo en pos de salvar el alma a la hora del juicio final que decide entre el cielo y el infierno. Van a ser esas mismas técnicas cristianas como el autoexamen de conciencia, la confesión, la autoflagelación y mortificación de los cuerpos, las que luego serán aprovechadas para el control y disciplinamiento en el ejercicio del poder estatal.
CONCLUSIÓN:
El modo en el que se piensa la relación con la autoridad divina repercute y tiene sus consecuencias sobre el modo en que se piensa la relación con la autoridad política. Por eso la importancia de rastrear los cambios en el proceso de transformación de esos vínculos entablando comparaciones entre conceptos teológicos y políticos. Para tratar de comprender cómo es que se conforma una mayoría obediente y dócil frente a una autoridad que aparece como garante y requisito necesario para la vida en comunidad según aquellos prejuicios hobbeseanos instalados en el sentido común de la teoría política moderna.
El soberano absoluto, cuya autoridad venia dada por Dios, era el encargado de instaurar la ley y hacer posible la vida en sociedad evitando los peligros del estado de naturaleza donde “el hombre es el lobo del hombre”. La concepción estatalista fue fundamentada en la modernidad por contractualistas como Hobbes recurriendo a la falsa premisa de una antropología pesimista con determinismos que pesan sobre la naturaleza humana conforme a un esencialismo negativo que sería el núcleo duro constitutivo de los sujetos, inalterable y que trasciende cualquier cambio que pudiera efectuarse en la cultura permaneciendo siempre inamovible como característica del ser humano. Esta mirada que concibe al ser humano como esencialmente malo (D’Auria, 2014, p. 77) tiene sus raíces en el cristianismo que ve a las personas como pecadoras manchadas desde el nacimiento con el pecado original. La metáfora de la autoridad política como pastor se vuelve más fuerte con el pasaje del politeísmo al monoteísmo. Y aunque en la modernidad no utilicemos esa figura del pastor del cristianismo, de todos modos persiste la impronta y sus huellas que influyeron en el modo en que nos relacionamos con nuestros gobernantes.
Esa tendencia a creer que la forma de orden político de nuestro tiempo sea la más evolucionada debiera ser revisada y contrastada con otro tipo de ordenes que permitan al menos sembrarnos la duda abriendo la posibilidad de organizar la sociedad de otra manera. El cristianismo con la asimilación entre el pastor y el gobernante causo efectos profundos y perdurables en la relación con la autoridad que persistieron incluso luego de la ilustración aunque tomando otras formas desacralizadas y seculares. Quizás como decía Proudhon podríamos concluir que tanto la autoridad como la divinidad sean ambas una cuestión de fe a las que la filosofía no pueda dar respuesta ni mucho menos legitimar a través del conocimiento.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
• Adorno, Horkheimer (1998): Dialéctica de la Ilustración, Editorial Trotta.
• D´Auria, A. (2014): El hombre, Dios y el Estado: contribución en torno a la cuestión de la teología política, Buenos Aires, Libros de Anarres.
• Foucault, M. (2014): “Omnes et singulatim: Hacia una crítica de la razón política” en Ferrer, C. (comp.) El lenguaje libertario, Argentina, Terramar Ediciones.
• Platón (1985): Critón, Madrid, Gredos.
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Resúmen: Los modos en los que nos relacionamos con la autoridad han ido cambiando en el transito de la antigüedad a la modernidad no solo en sus formas sino también en sus fundamentaciones. Esto será analizado haciendo contrapuntos entre los griegos y la edad media poniendo énfasis en la figura del pastor que utiliza Foucault como bisagra para entender los matices y complejidades de la transición hacia formas cada vez mas centralizadas que dan lugar a la conformación de los estados. Destacando la influencia que tuvo el cristianismo en esos cambios y los resabios de concepciones teológicas que aun hoy perduran en la teoría política moderna.
Las palabras tienen su historia, algunas de ellas son mas efímeras que sus significados, y a lo largo del tiempo se someten a una incesante disputa de sentidos, siempre cargadas de ambigüedad, vaguedad, textura abierta y carga emotiva. Pese a ello, intentaré en el presente ensayo hacer una austera genealogía foucaultiana rastreando las huellas de lo señalado en el título, con el mayor detalle que la bibliografía me lo permita, y con explicaciones que transitan el inevitable problema del anacronismo en la construcción de un relato del pasado donde no es posible abstraernos de nosotros mismos ni tampoco de los condicionamientos epocales sin reclamar una involuntaria posición privilegiada desde el presente en el que escribo.
Una particularidad distintiva de la lengua griega, ya sea en su gramática o en su sintaxis, es haber contribuido al surgimiento de un pensamiento articulado, origen de la filosofía, orientado a formular (teo)rías, conceptos, definiciones y proposiciones lógicas que fueron diametralmente opuestas a los modos de la poesía y de los aforismos. Esta nueva forma de pensar, abordar y problematizar se encamino hacia la búsqueda de respuestas haciendo uso de una aguda capacidad para ver más allá de lo aparente, penetrando en un entramado complejo de argumentaciones y con la formulación por vez primera de lo que hoy llamamos conceptos.
En la cultura griega antigua las palabras divino/divinidad no eran un sustantivo tal como se conciben luego en un mundo posterior monoteísta donde la figura de Dios aparecerá representada como un único y gran creador perfecto e infalible. Sino que por el contrario se utilizaban aquellas expresiones en forma de adjetivos para señalar el carácter extraordinario de algo o de alguien, y esto se relaciona con la concepción propia del politeísmo en un mundo griego donde convivían una multiplicidad de dioses imperfectos de características más terrenales y asemejables al ser humano.
El texto de Platón que incluye el dialogo entre Sócrates y Critón nos permite comenzar a adentrarnos en el análisis de la relación entre las nociones de autoridad, obediencia y virtud, propias de aquel mundo griego tan lejano. Sócrates aparece representado en la pluma de Platón como el personaje principal que ha sido condenado en una democracia esclavista bajo la falsa acusación de introducir nuevos dioses y corromper a la juventud con ideas subversivas para el orden de la polis. A consecuencia de ello se le es dado a elegir entre el destierro y la muerte, eligiendo esta última opción por ajustarse mejor a sus convicciones en consonancia con la virtud de una razonada obediencia a las leyes. Desde una mirada moderna podría parecernos llamativo que hubiera elegido una pena más severa, así como también que dicha pena de muerte estuviera socialmente aceptada como forma de castigo, pero su decisión acorde al contexto de ideas de aquella época cobrara mayor grado de sentido y se plasmara en argumentos que reflejan una posición medianamente convincente desde el plano ético aunque contradictoria como veremos más adelante en el argumento de los expertos y de las mayorías que le condenan.
“Te hubiera sido posible, durante el proceso mismo, proponer para ti el destierro, si lo hubieras querido, y hacer entonces, con el consentimiento de la ciudad, lo que ahora intentas hacer contra su voluntad. Entonces tú te jactabas de que no te irritarías. si tenías que morir. y elegías , según decías, la muerte antes que el destierro. En cambio, ahora, ni respetas aquellas palabras ni te cuidas de nosotras, las leyes, intentando destruirnos;”. (Platón, p. 207, 52c)
La concepción en la Grecia antigua sobre la vida social y la muerte permite contextualizar los motivos por los cuales Sócrates se niega a aceptar el destierro que le implicaría nada menos que dejar de ser ciudadano y perder con ello la participación en la vida política convirtiendose en un “idiota”, es decir, etimológicamente aquel que no se ocupa de los asuntos públicos. Este menoscabo intolerable de su investidura de ciudadano lo acompañaría a todas partes y los efectos devastadores de la separación de la comunidad le impedirían desarrollar su vida política que era percibida como lo más importante. En este marco de situación incluso la muerte sera considerada una mejor opción antes que la ruptura en las relaciones sociales y la pérdida del rol/función que ocupa en relación con los otros.
Mientras que Sócrates duerme plácidamente en un calabozo esperando la ejecución de la condena, aparece la figura de su amigo Critón que luego de sobornar a un guardia lograra dialogar con Sócrates e intentará sin éxito persuadirlo para que se escape. En el dialogo entre ambos se esbozaron una serie de argumentos y contraargumentos sobre si debería o no desobedecer las leyes y preservar su vida en el destierro. Sin embargo, Sócrates desmenuzara minuciosamente cada uno de los planteos de Critón para finalmente refutarlos. Cabe destacar que, independientemente de la fortaleza o debilidades de cada argumento, prima siempre la reflexión concienzuda en un debate racional sobre los fundamentos para la obediencia. Algo que resulta contrario e incompatible con una obediencia dogmática e irreflexiva de quienes sucumben pasivamente a la voluntad de los dioses.
Encontramos la obediencia a la autoridad relacionada a la virtud de la coherencia y el cumplimiento del deber. Sócrates había sido un ciudadano modelo en lo que se refiere al cumplimiento de la ley y por ello estaba dispuesto a sostener su posición hasta las ultimas consecuencias excepto que alguien pudiera persuadirle mediante sólidos argumentos de que estaba equivocado. ¿Es legítimo obedecer a la autoridad también en el caso de una sentencia que sea injusta? Sócrates entenderá que si porque aquello implica ser consistente con sus propias creencias sin importar que conlleve el sacrificio de su propia vida.
Es así que ve en la obediencia a las leyes un acto virtuoso de un ciudadano que esta dispuesto a enfrentarse al dulce veneno de la cicuta sin temor a aquel frío que escala por las piernas anticipando la muerte inminente. Ni siquiera el obrar injusto de los demás sera un atenuante para validar la desobediencia ante un positivismo ético que lo lleva a mantenerse incólume, desaprensivo, inconmovible en sus convicciones. Desde su perspectiva sería egoísta e incoherente con su pensar si optara ante la adversidad por incumplir y destruir las leyes ahora que aquellas le perjudican siendo que a lo largo de su vida había sostenido que era virtuoso obedecerlas.
Aparece aquí una función pedagógica del texto con un Platón que pese a estar enojado con la muerte de su maestro no deja de ser un filósofo que pretende conservar del orden establecido y que por lo tanto advierte los problemas que podría ocasionar el hecho de avalar la desobediencia a las leyes, incluso cuando estas son injustas. Son esas mismas leyes a las que Sócrates les dará voz propia para secundar sus argumentaciones y que aparecen en el dialogo como posibilitadoras de la vida en comunidad y de la convivencia con los otros. Pero Sócrates no va a obedecer aquellas leyes porque los dioses asi lo manden sino que lo hará por el ejercicio del razonamiento y el contraste de los argumentos.
“Reflexionemos si esto debe hacerse o no. Porque yo, no sólo ahora sino siempre, soy de condición de no prestar atención a ninguna otra cosa que al razonamiento que, al reflexionar, me parece el mejor. Los argumentos que yo he dicho en tiempo anterior no los puedo desmentir ahora porque me ha tocado esta suerte”. (Platón, p. 198, 46b) (Platón, p. 198, 46b)
Reviste especial trascendencia destacar que esas leyes y autoridad no están fundadas en Dios sino que provienen de los ciudadanos que se las dan a si mismos a los fines de autoregularse. Por lo tanto, sería una lectura equivocada prejuzgar desde nuestro presente que en el mundo griego antiguo politeísta la ley y la autoridad emanaban de la divinidad, algo que sin embargo si va a ocurrir luego para fundamentar la obediencia en el periodo medieval por efecto del cristianismo. Pero lo importante de esta distinción es hacer notar que para los griegos no puede haber virtud en una obediencia ciega anclada en el dogma y la fe.
Quizás la mayor contradicción de Sócrates sea haber argumentado sobre la importancia de obedecer la opinión de los expertos desestimando la opinión de las mayorías, sin que eso le permitiese llegar a visualizar que lo que estaba haciendo al cumplir las leyes y obedecer la autoridad era acatar la decisión de una mayoría inexperta que lo condenaba a muerte. Es decir, que sus propios argumentos podrían haber sido utilizados para fundamentar la desobediencia y sin embargo fueron empleados en un sentido contrario legitimando su condena.
“Hemos tenido razón o no al decir siempre que deben tenerse en cuenta unas opiniones y otras no.¿O es que antes de que yo debiera morir estaba bien dicho, y en cambio ahora es evidente que lo decíamos sin fundamento, por necesidad de la expresión, pero sólo era un juego infantil y pura charlatanería?”. (Platón, p. 198, 46d)
No sabemos quien sería el experto en materia de justicia pero si sabemos que en el mundo griego la ley era una creación humana y que como tal no venia dada por los dioses. Esto es importante para analizar la forma de relacionarse con la autoridad y hacer la distinción entre una obediencia que responde a la conveniencia para la comunidad y otra obediencia que por el contrario se basa en acatar de forma sumisa lo que manda una autoridad divina.
En la polis griega había una participación directa en cargos públicos y en la administración con designaciones por medio de sorteos. Eran solamente los ciudadanos libres los que podían participar de la vida política, no así las mujeres, los esclavos, extranjeros, personas sin patrimonio, etc. En el esquema platónico encontramos estamentos sociales con distinta jerarquía que se debía respetar para conservar el orden establecido. De modo que los artesanos y productores debían de obedecer a los guardianes, y los guardianes a su vez obedecer al gobernante filósofo. Platón quiere invertir aquella polis donde habían matado a su maestro y transformarla en su reverso para así conseguir que los filósofos como Sócrates sean los que gobiernen.
Frente a la pregunta sobre si es la obediencia por si misma una virtud los griegos responderían que no y que solo puede ser una virtud si esta mediada por criterios racionales o responde a la coherencia de toda una vida. Esta concepción va a ir cambiando gradualmente en la transición del mundo antiguo a la edad media. La dinámica y el proceso de esos cambios serán abordados por Foucault al incorporar la figura del pastor como una categoría que dará cuenta sobre las transformaciones en la forma de concebir y relacionarse con la autoridad y el gobierno. En los griegos obedecer dogmáticamente sin reflexionar ni fundamentar estaba mal visto y carecía de toda virtud. Mientras que en la edad media ocurrirá lo opuesto y la obediencia ciega se considerará una virtud en si misma por el simple hecho de que los dioses así lo ordenan, sin lugar para el ejercicio reflexivo ni los cuestionamientos a la autoridad salvo que se corra el riesgo de la herejía o de ser víctima de la inquisición.
Las póleis del mundo antiguo eran comunidades autónomas y autosuficientes. Tenían sus dioses, gobernantes y recursos propios, eran mas bien dispersas y aunque algunas de esas comunidades se confederaban no llegaban a conformar un orden territorial extenso. Los cargos burocráticos, salvo el de general, eran sorteados entre los ciudadanos, se creaban ejércitos ad hoc, y la estructura de la polis griega hacia que sea diferente y contraria a la de una ciudad estado. Recién a partir del imperio romano y el surgimiento de la iglesia católica como institución en la edad media es que aparecerán formas protoestatales. Esto ocurre como consecuencia de un creciente proceso de centralización y de modificaciones en las relaciones de poder.
La noción de pastorado expresa ese cambio especifico en la tecnología del ejercicio del poder y el modo en que se transforma la relación con la autoridad que pasa de tener un fundamento racional a tener un fundamento divino. Lo que alguna vez habían sido practicas marginales se convirtieron en hegemónicas y este pasaje repercutió en los motivos de la obediencia que difieren entre el mundo antiguo y la modernidad, pasando por la edad media como época de transición en donde la obediencia y la docilidad serán un símbolo de la virtud entre las ovejas del rebaño.
Para efectivizar esos cambios hubo procesos de centralización de tierras, patrimonio y poder que cimentaron formas de orden político hasta llegar a la formación de los estados. Y en paralelo a esto se va a dar otro proceso igual de relevante que sera la conformación del individuo con toda una dimensión simbólica de las relaciones de poder que opera en la subjetividad. Foucault da cuenta de la evolución del poder político hacia esas formas cada vez más centralizadas. Con relaciones de poder que se configuran y reconfiguran empezando a darse transformaciones graduales pasando desde las póleis antiguas, a los cambios por efecto del imperio romano y la iglesia católica hasta que finalmente aparecen los estados en el siglo XVI con sus primeras manifestaciones ya en el renacimiento. Los primeros estados en sentido estricto de la palabra van a ser España, Francia e Inglaterra. De las originarios formas absolutistas fundamentadas por teóricos como Hobbes se ira mutando con el paso del tiempo hacia otras formas más representativas.
El estado como modo de orden político propio de la modernidad se caracterizo por un ejercicio del poder mucho mas centralizado. Y las notas distintivas que permiten describirlo son la conformación de ejércitos profesionales, recaudación de impuestos, autoridad central que ejerce la justicia con un derecho aplicable a una gran extensión de territorio y población, monopolio de la coacción garantizada por la estructura del orden político, etc.
La transformación en la relaciones de poder y su centralización desde la unidades autónomas hasta las formas estatales traen consigo un proceso de individualización y socialización que trastoca el modo en pensamos la relación con nosotros mismos y con los demás, la cual no es innata ni responde tampoco a esencialismos sino que esta mediatizada por relaciones que inciden y moldean las subjetividades a través de instituciones disciplinarias como prisiones, manicomios, escuelas, fábricas, etc. Estas instituciones en el régimen del saber-poder establecen arbitrariamente los cánones de la “normalidad” y definen los parámetros de lo patológico trazados caprichosamente por las relaciones de poder que excluyen sujetos o los sitúan en el espectro de lo deseable o indeseable bajo lógicas de vinculaciones asimétricas y autoritarias.
Para comprender la forma de relacionarnos con la autoridad podemos examinar las tecnologías del poder y especialmente la figura del pastor a los fines de realizar un contrapunto entre la autoridad política del mundo griego antiguo y las transformaciones posteriores que dan cuenta de que esa relación con la autoridad no ha sido siempre de la misma manera.
“La idea de la divinidad, del rey o del jefe como la de un pastor seguido por su rebaño de ovejas no era familiar ni para los griegos ni para los romanos”. (Foucault, 2005, p. 305)
Van a ser los hebreos quienes desarrollarán el tema del pastorado y sera en gran medida por el efecto del cristianismo que se logre instaurar la asimilación entre la figura del gobernante y del pastor. En el mundo politeísta griego había una multiplicidad de dioses mundanos atados a la tierra y eso hacia que la relación con esos dioses y con los gobernantes fuese diferente a la que vamos a tener luego en el monoteísmo de Dios único que guía a su rebaño a modo de pastor. Esa noción de Dios único y verdadero se universaliza e impone por la fuerza combatiendo abiertamente de forma violenta todos los vestigios del politeísmo para anular así la creencia en más de un Dios. Ejemplo de esto se puede ver en el texto bíblico cuando se habla sobre el santuario único:
“Demolerán sus altares, harán pedazos sus piedras sagradas, les prenderán fuego a sus imágenes de la diosa Aserá, derribarán las esculturas de sus ídolos y borrarán de esos lugares los nombres de sus dioses”. (Antiguo Testamento, Deuteronomio 12 – 3)
El Dios monoteísta pasa a ser el pastor del rebaño y esto repercute tejiendo lazos entre modos equivalentes de pensar la relación con la autoridad divina y la autoridad política. En la metáfora del pastor la autoridad hace posible la existencia de la comunidad, la cual resulta impensable de ser garantizada sin la autoridad. En cambio en los griegos la comunidad precede a la autoridad y esta última no es necesaria para nuclearla y conformarla. Dicha comunidad existe con anterioridad e independencia de la autoridad sin que sea condición para su existencia. Esta concepción donde la comunidad precede al gobernante es opuesta a la figura del pastor instaurada por el cristianismo en la edad media.
El medioevo fueron mil años atravesados por la hegemonía del cristianismo con una combinación inescindible entre filosofía y teología que se mezclaron entre si hasta ser indiferenciables. En ese período dejan de tener relevancia los fundamentos para la obediencia basados en persuadir mediante la argumentación y lo que pasa a considerarse virtud es obedecer sin otro motivos más que acatar a la autoridad divina que lo manda, a veces encarnada en la figura de rey o diferentes intermediarios terrenales. Ha sido esa obediencia irreflexiva y fe irracional en la autoridad divina la que luego aparece traspolada en la fe ciega a la razón y la ciencia y que mucho tiempo después en la ilustración adquirió demasiado poder y produjo excesos. La confianza en la función emancipadora de la tecnología y de la ciencia dio lugar a la íntima asociación entre la racionalización y el abuso del poder tal como lo señala Foucault en el texto:
“El lazo entre la racionalización y el abuso de poder es evidente. Tampoco es necesario esperar a la burocracia o a los campos de concentración para reconocer la existencia de semejantes relaciones”. (Foucault, 2005, p. 304) (Foucault, 2005, p. 304)
Desde los comienzos de la filosofía se ha concebido al ser humano dotado de una racionalidad y con capacidad para reflexionar como característica que le diferencia de otros animales. En la modernidad aparece la idea de que el humano debe perseguir los fines que le señalan la razón, presentada como instrumento emancipador. Sin embargo, autores como Adorno y Horkheimer pusieron aquella premisa en tela de juicio evidenciando que el proyecto ilustrado y los grandes discursos de la ciencia junto a los avances de la técnica habían sido empleados para justificar una mayor opresión instaurando desde campos de concentración hasta nociones de lo normal y lo patológico. Derribando el mito de que inexorablemente la racionalidad y la técnica nos llevarían a mejores condiciones de vida. Desde una concepción frankfurtiana se podría considerar que la racionalidad instrumental puso la tecnología al servicio del exterminio con una racionalidad específica que buscaba determinados fines y respondía a intereses espurios.
“La Ilustración, en el más amplio sentido de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores. Pero la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad. El programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la imaginación mediante la ciencia”. (Adorno, Horkheimer, 1998, p. 59)
En el caso de Foucault los saberes se construyen entrelazados siempre con relaciones de poder asimétricas que nos constituyen. Pero no hay discursos transhistóricos para toda época y lugar sino que tenemos diferentes tipos de racionalidad que se vinculan con el poder en el ámbito de las relaciones sociales, articulandose el saber-poder de diferentes maneras sin que exista una racionalidad única que regule todas las relaciones. Se pregunta acerca de los tipos de racionalidad que se esconden detrás las practicas y discursos que se sostienen como saberes. La racionalidad ha estado al servicio del poder y podemos notarlo incluso en el cambio del lenguaje como por ejemplo el modo en que se ha filtrado teología en las concepciones del mundo en la edad media o de la teoría política moderna predominante, así como también se ha inmiscuido en el iluminismo terminología y miradas médico-biológicas luego plasmadas en discursos filosóficos y políticos.
Gradualmente ocurrió un proceso de secularización y desacralización donde las instituciones del gobierno, que serán estatales en la modernidad, aparecerán despojadas del contenido teológico en el que originariamente se fundaron. Y en el inicio de la modernidad cobra relevancia la idea de emancipación y progreso vinculada a los discursos científicos. Pero debemos retroceder hasta la antigüedad para rastrear el “arjé” de la manera de relacionarnos con la racionalidad y descubrir cómo llegamos a ser los que somos por resultado del efecto de un poder individualizante que adquiere cierto grado de sofisticación. Nos atraviesan relaciones de poder y tecnologías que mediante el disciplinamiento de los cuerpos, prácticas y aprendizajes moldean nuestras subjetividades hasta volvernos dóciles y obedientes frente a la autoridad.
En la figura del pastor Dios ejerce el poder sobre el rebaño, es un dios universal que no esta atado a la tierra sino que marcha con su pueblo. Es durante el cristianismo que se van a desarrollar técnicas de disciplinamiento ejerciendo una vigilancia panóptica sobre cada miembro del rebaño, especialmente sobre aquellas ovejas descarriadas. Ocurriendo transformaciones en la relación con la obediencia, la responsabilidad y el conocimiento individual. Aparece un dualismo que jerarquiza el alma al mismo tiempo que cultiva el desprecio por el cuerpo y que se utilizara también como justificación para la extenuación de la fuerza de trabajo en pos de salvar el alma a la hora del juicio final que decide entre el cielo y el infierno. Van a ser esas mismas técnicas cristianas como el autoexamen de conciencia, la confesión, la autoflagelación y mortificación de los cuerpos, las que luego serán aprovechadas para el control y disciplinamiento en el ejercicio del poder estatal.
El modo en el que se piensa la relación con la autoridad divina repercute y tiene sus consecuencias sobre el modo en que se piensa la relación con la autoridad política. Por eso la importancia de rastrear los cambios en el proceso de transformación de esos vínculos entablando comparaciones entre conceptos teológicos y políticos. Para tratar de comprender cómo es que se conforma una mayoría obediente y dócil frente a una autoridad que aparece como garante y requisito necesario para la vida en comunidad según aquellos prejuicios hobbeseanos instalados en el sentido común de la teoría política moderna.
El soberano absoluto, cuya autoridad venia dada por Dios, era el encargado de instaurar la ley y hacer posible la vida en sociedad evitando los peligros del estado de naturaleza donde “el hombre es el lobo del hombre”. La concepción estatalista fue fundamentada en la modernidad por contractualistas como Hobbes recurriendo a la falsa premisa de una antropología pesimista con determinismos que pesan sobre la naturaleza humana conforme a un esencialismo negativo que sería el núcleo duro constitutivo de los sujetos, inalterable y que trasciende cualquier cambio que pudiera efectuarse en la cultura permaneciendo siempre inamovible como característica del ser humano. Esta mirada que concibe al ser humano como esencialmente malo (D’Auria, 2014, p. 77) tiene sus raíces en el cristianismo que ve a las personas como pecadoras manchadas desde el nacimiento con el pecado original. La metáfora de la autoridad política como pastor se vuelve más fuerte con el pasaje del politeísmo al monoteísmo. Y aunque en la modernidad no utilicemos esa figura del pastor del cristianismo, de todos modos persiste la impronta y sus huellas que influyeron en el modo en que nos relacionamos con nuestros gobernantes.
Esa tendencia a creer que la forma de orden político de nuestro tiempo sea la más evolucionada debiera ser revisada y contrastada con otro tipo de ordenes que permitan al menos sembrarnos la duda abriendo la posibilidad de organizar la sociedad de otra manera. El cristianismo con la asimilación entre el pastor y el gobernante causo efectos profundos y perdurables en la relación con la autoridad que persistieron incluso luego de la ilustración aunque tomando otras formas desacralizadas y seculares. Quizás como decía Proudhon podríamos concluir que tanto la autoridad como la divinidad sean ambas una cuestión de fe a las que la filosofía no pueda dar respuesta ni mucho menos legitimar a través del conocimiento.
• Adorno, Horkheimer (1998): Dialéctica de la Ilustración, Editorial Trotta.
• D´Auria, A. (2014): El hombre, Dios y el Estado: contribución en torno a la cuestión de la teología política, Buenos Aires, Libros de Anarres.
• Foucault, M. (2014): “Omnes et singulatim: Hacia una crítica de la razón política” en Ferrer, C. (comp.) El lenguaje libertario, Argentina, Terramar Ediciones.
• Platón (1985): Critón, Madrid, Gredos.
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